*****El Callejon del Vago*****

¿Cómo expresar todas las emociones, sensaciones y pensamientos más íntimos? La escritura es para mi ese vehículo que me transporta por ese callejón infinito que permite expresarme sin censura. Es por medio de la palabra escrita, que gritó absolutamente todo lo que vocalmente no puedo hacer. Grito por lo tanto exito y de la misma forma, escribo por eso existo. Ana Perez

Monday, October 08, 2007

Gaston

****** Este cuento no ha sido editado todavia. sientete con la libertad de hacerlo tu. Ojala que lo disfrutes.*******

Sentí un profudo cariño por Gastón desde el momento que lo conocí. El ejerció en mi una profunda y rara atracción a la que caí inexplicablemente. Fue una enorme atracción que , sin embago, nunca confundí con amor. El trato del día con día nos unió y nos acercó tanto que un día, sin pensarlo más de una vez, se formalizó nuestra relación afectiva. Nunca llegué a amarlo verdaderamente y, a pesar de saber esto, él se dedicó tanto a mi que llegué a pensar que fuí feliz a su lado.

Gastón gozaba de una inteligencia y de una energía desmesurada. Yo, al pasar todo el tiempo con él, supe aprender de sus grandes habilidades y aprendí mucho de todo lo que él sabía. Tanto fue mi aprendizaje a su lado, que me convertí en su verdadera y más ferviente discípula. Fuí una alunma sobresaliente en muchas materias a su lado. Sin embargo, pronto me sorprendió una obsesión suya. Leía y releía sin descanso libros de autores europeos dedicados a todo lo espiritual. Para mi era un verdadero martirio y una molestia sus lecturas y conversaciones fastidiosas. Tanto me molestaba que la compañía de Gastón me parecía ya insoportable e intolerable. Y, aunque no entiendo el porque me quede a su lado. El tiempo me acostumbró a tolerar su pasión por ese tipo de lectura y de sus convesaciónes sobre todo lo que leía durante el día. Tengo que decir que en un principio era mi aburrimiento, y terminó siendo mi pasatiempo favorito. Se convirtió en nuestro tema de conversación y eso era lo único que ahora nos unía más a Gastón . A Gastón lo único que le interesaba leer y aprender era sobre las teorías sobre la identidad personal; la búsqueda del alma, la obscuridad de lo transcedental y la muerte. Temas de todo sobre lo que acompaña a la consciencia y todo lo que se puede decifrar de ese YO.

Mientras nuestra relación tomaba forma y conforme maduraba, yo me sentía atraída por su interés en la lectura, además le encontraba cierto interés a todos los temas de si la identidad del ser humano, en vida, se pierde con la muerte. Este tema llegó tanto a obsecionarme que me desesperaba al no encontar la respuesta en la lectura de todas las noches. Poco a poco, empecé a desarrollar un profundo asco por aquellos temas amargos y por la forma en la que Gascón se acercaba a mi para hablarme de sus libros, lecturas y descubrimientos y la búsqueda de su “YO”. Esa situación se había convertido en un agudo tedio. Un profundo aburrimiento. Lo que alguna vez consideré sublime, ahora me parecía abominable. Tanto fue la repugnancia que llegué a odiar a mi amante y todo lo que tenía que ver con sus libros, lecturas y descubrimientos sobre la identidad personal.
Gastón se había convertido en una persona repugnate. Ese Gastón con gran sentido del humor, egocéntrico, carismático, brillante, e inteligente se había esfumado en un abrir y cerrar de ojos. En vez, se había convertido en un personaje oscuro, sin sentido del humor, siempre quejumbroso, e indolente. Además desarrollo una aguda mentalidad de victima que le ayudaba a hacer y a deshacer a su antojo, hasta llegar a la manipulación.

Tanto fue mi astio, que no pude soportar más la forma de vivir, todo era tristeza, todo era melacolía, y el contacto de sus manos frías me aterrorizaban. Mi agonia era ya insana. Esa agonía que sentía era la excusa perfecta para poder despreciar a Gastón aún más. Sentía un gran desprecio por sus ojos. Esos ojos que se dedicaban a la lectura sin descanso. Esos ojos que eran ya indiferentes a la ternura y la delicadeza hacia su amante. Despreciaba su conversación pues ésta se fue tornando calculadora y fría. Mi cansancio creció tanto que todo lo que venía de Gastón me provocó rechazo.
Algún espíritu maligno se apoderó de mi alma y de mi cuerpo, pues sentí unas ganas locas de que los días que le quedaban de vida se acortaran.
Desee tanto su muerte que me impacientaba y me enfurecía de sobremanera que se tardara tanto en llegar el fin de su existencia. Gastón se daba cuenta, pero nunca me mencionó nada y la tristeza que le causaba mi actitud y mi indiferencia lo castigaba por dentro. Gastón se desgastaba más al pasar de los días, su aspecto físico y mental era cada vez más horrible. La pálidez de su cara, la obscuridad de su mirada; a pesar del profundo azul de sus ojos, su humor negro, su insaciable deseo por la lectura barroca, su intorelancia a la ternura…..
Por fin un día me llamó a su lado. Era un día lluvioso, triste y tenebroso como pocos que nos da la madre naturaleza. Entonces fue que mencionó sus últimas palabras:
-Creo que hoy es mi día. Creo que voy a morir. Estoy más que seguro que nunca me has amado, es más, estoy seguro en en vida me has despreciado, pero yo te aseguro que me adorarás en la muerte.
-¡Gastón¡ ¿Cómo puedes decir tal cosa?
-Sí lo digo. El legado que te dejo es infelicidad. Vivirás triste y apenada porque no supiste aprovechar de la felicidad que se te ha puesto frente a ti. Mi espíritu vivirá por siempre y te perseguirá a donde vayas. Y siempre te seguiré. No se te olvide, siempre te seguiré.

Efectivamente, Gastón murió. Yo, en vez de sentir felicidad por el acontecimiento que tando había deseado, sentí como si su alma se hubiese estampado en el umbral de la vida y la muerte. Al poco tiempo de su muerte, me olvidé de él y de su legado y felizmente contraje nupcias con Leonardo. Un hombre apuesto, atractivo, tolerante, emocionalmente saludable, y además era poseedor de una inteligencia envidiable. No podía yo pedir más. Pasó el tiempo y ví como nuestro amor crecía, no había petición grande e incongruete que yo no le cumpliese. Después de algún tiempo, vinieron a mi cabeza pensamientos terribles sobre Leonardo. Empecé a ver en él cosas que jamás había amado. Sus ojos se asemejaban día a día a los de Gastón. Empezaba a odiar su desmedida obseción por los libros con temas relacionados con paranomalidad y la psicosis humana. Su mirada se fue convirtiendo en un océano gélido, su tolerancia era ya sólo para los libros. Nuestras conversaciones era todo lo relacionado con el coheficiente humano, trastornos psíquicos y mentales ¿Cómo evitar tener pensamientos terribles sobre Leonardo?¿Cómo la naturaleza me ponía en mi camino a dos veces, en una misma vida a dos seres iguales en todo?.

Sus manos, su sonrisa, su forma de pensar….todo coincidia en ellos. Asi trancurrieron los días, los meses, los años y el proceso, a medida que avanzaba, todo se iba perfeccionando en Leonardo. Las frases y las ideas exactas del muerto volvían a recobrar vida y tomar fuerza en los labios del vivo, todos eran dichos con la misma expresión y el mismo sentido.

Hasta que un día, como autómata, llamé el nombre de Gastón dirijiéndome a Leonardo y con una expresión de jubilo miró al cielo, cayó de rodillas ante mi y dijo “¡Aquí estoy”!

Todos mis temores se estaban cumpliendo. Mi vida prometía tortura y tormento por segunda vez. Sin embargo, para mi sorpresa, poco tiempo después Leonardo murió. Cuando tuve que enterrarlo, descubrí que los restos de Gastón no estaban en su cripta.

Tuesday, November 07, 2006

La biblioteca

Voy por los pasillos
de la biblioteca,
y en los estantes
Veo libros vibrantes!

Libros, revistas, videos
de salchichas y de fiambre,
libros sobre helados,
todo me da hambre.

Libros de leones y de lobos
en esta sección,
con ojos brillantes
dependiendo de la estación

En la biblioteca,
veo a los niños leyendo,
cantando, a muchos circulando.
Uno de ellos está bailando!

En mi bolsa llevo libros,
su carga es pesada
libros de poesía, canciones,
y también de pastel y empanadas.

Ahora me despido,
de la biblioteca salgo,
cargando con mis libros
los leeré todos de un salto.


Ana Perez

Saturday, August 12, 2006

El almohadón de plumas

Horacio Quiroga
Siendo uno se mis escritores favoritos, he aqui uno de sus cuentos mas estremecedores que jamás se haya escrito!

"Si se debiera juzgar el valor de los sentimientos por su intensidad, ninguna tan rico como el miedo", dejó escrito Horacio Quiroga antes de quitarse la vida un 31 de diciembre de 1937.



Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.

—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

—¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.

—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...

—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.

Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.

—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.

Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.

—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.

La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.

—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.

—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

Horacio Quiroga

Tuesday, April 25, 2006

South of the Equator

When the grass is cover up with snow below the Equator,
and birds are wondering where to go,
they travel north, because spring arrived so.
You will see that while you smell the cold down south
up north, spring arrives and makes a happy bow.

Spring arrives in December
south of the Equator,
Why? I wonder.
Seasons are reversed there
but I love spring everywhere!

Ana Perez

Tuesday, April 04, 2006

Quiero Ser

Soy una sombra en la obscuridad,
que deambula sin direccion alguna,
lamentandose del tiempo
que se vive en pesadumbra.

Quiero ser el contra veneno de la soledad
que se bebe sin pensarlo
quiero ser la luz
que guía tus pasos perdidos.

Thursday, January 26, 2006

Melancolia

Perdída en el tiempo, deámbulo durante horas sin saber a donde voy,
ni mucho menos donde estoy.
No sé a donde me llevarán mis pasos ni me importa en este momento.
Arrastro mi alma por esta vereda vacía y obscura,
la alegría la llevo a cuestas, como una cruz y una penitencia.
Sin poder derramar mi hiel sobre el suelo,
sin poder liberar las lágrimas que me oprimen el pecho.
Sin poder respirar, sin absorber ese olor fresco y
nahuseabundo que lo inunda todo,
que lastima la herida que ha perforado mi frágil corazón.

Perdida en la oscuridad de mis dias,
el lamento me sale del pecho
que cuestiona el desencanto que arrastro.

La melancolía que, sin querer, llevo por dentro
se ha alojado en mi sin permiso
¿Cómo deshacerme de esta carga que me oprime?,
¿Como salir de esta oscuridad emocional que me detiene en seco?
¿Cómo arrancarme el dolor que sin quererlo cargo? ¿Como arrancalo de tajo?

Monday, November 07, 2005

Insomnio

La noche transcurre lentamente
entre el sueño y el ensueño,
se entrelazan los minutos de insomnio
con las letras de mi nombre.

Entre la oscuridad y la claridad,
noche de invierno,
el tiempo

se detiene con dulce violencia.

Corriente negra de sueño
que llena mis sentidos
se construye de nada,
es martirio sin olvido.
Insomnio, humedad nocturna
donde el tiempo se detiene
y te golpea.

Fantasmas

Todas las tardes, en el parque El Mirador, Emilio y yo visitabamos la laguna de los patos . Ni agüaceros ni tardes congelantes nos impedían reunirnos a las siete en punto. Allí en el parque, desde una u otra límpida banca de metal, seguiamos las historietas que cada pato compartía uno con otro. Allí, en el parque El Mirador, con un mutisto y un interés tales, que pudiesen haber llamado la atención de no haber sido por las circunstancias en las que actuabamos.

Desde una banca, la ubicación de esta, no tiene importancia ya, Emilio y yo nos sentabamos, mudos a observar a todos esos patos de belleza sublime. Con movimientos semi mecánicos, los patos se comunicaban frente a nuestra mirada perdida. No estorbabamos a nadie, al menos eso creo. No estorbabamos de un modo sensible. La banca en la que habíamos casi tatuado nuestros nombres, estaba ubicada lejos de todos los demás expectadores. Emilio y yo no poniamos atención al mundo que nos rodeaba, sólo teníamos ojos para los patos. El porque del frio calante que invadia nuestras almas durante nuestras visitas veraniegas al parque El Mirador, aún no alcanzo a comprender.

Siempre me pregunté, ¿Por qué comparto todas mis tardes con Emilio? Debo decir que de todos los hombres, pocos o muchos, que conocí en ese mundo de vivos; los muertos no los cuento, él fue el que produjo en mi el efecto que nadie nunca había logrado producir. La impresión al conocerle fue tan fuerte que si tenía alguna imagen o recuerdo de hombres en el pasado, se borraron de mi mente al conocer a Emilio. Mi alma se lleno de gozo y sólo una estrella brillaba en mi cosmos: Emilio. La sóla posibilidad de que sus ojos se encontraran con los mios, me detenía con brusquedad el corazón. La sóla idea de pensar que Emilio me tomara entre sus brazos me congelaba el cuerpo.
Emilio poseía una belleza sublime, indescriptible. El era la viva imagen de toda belleza viviente expuesta a todas las miradas lujuriosas de cualquier mujer, joven o madura. Su profunda y dulce mirada conducía a cualquier humano hasta lo más recondito de su alma.

Todas las tardes, con ese silencio estremecedor, Emilio, sentado justo al lado mio, le clavaba su intensa mirada a las incesantes actividades de cada uno de los patos aconglomerados en tan pequeña laguna, como si buscando en ellos su propia historia. No había necesidad de articular palabra alguna, los dos sólo deseabamos contemplarnos en silencio y admirar la belleza que emanaba de los árboles frondosos de verano. Deseabamos disfrutar de la armonía de la naturaleza en plenitud que agobiaba a cualquier alma deseosa de tranquilidad.

Tengo que decir que Emilio formó parte de mi vida y fue mi muerte. ¡Qué poder más grande ejercía sobre mi! ¡Qué irreverencia de mi parte no querer arrancarme ese deseo de posesión! En vida le adoré y en muerte le perseguí. El parque El mirador, el lago, los patos, los árboles fueron testigos de mi aberración a un espíritu que no me pertenecía a mi. Ya ni siquiera le pertenecía a él...ya le pertenecía a la eternidad.

Cuanto tiempo me dediqué a perseguir a Emilio. Ahora, el silencio ensordecedor del parque, la armonía de las parejas cuchicheando, el zambullir del viento tocar las ramas de los árboles, el ruido de los patos nadando en ese lago de aguas negras, no perturbaban nuestra eterna estadía porque ambos ya estabamos muertos.


Ana Pérez

Nada te turbe

Nada te turbe,
nada te espante,
Dios no se muda.

La paciencia
todo lo alcanza,
quien a Dios tiene
nada le falta
Solo Dios basta.

Santa Teresa de Avila

No puedo dejar

No puedo dejar que la vida se me escurra entre los dedos,
No puedo dejar que el alma me penda de un hilo,
No puedo dejar de gritar que existo
No puedo dejar.